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martes, 2 de agosto de 2011

Noche estrellada

Hacía frío y ambos necesitábamos calor.

Es una de esas noches en las que el cielo está inundado de estrellas. El único sonido que se oye, a esas altas horas de la noche, es el silbar del viento. La azotea está cubierta de flores y plantas, entre medio, de toda esa naturaleza, hay un viejo colchón tirado en el suelo. Y sobre este hay un par de figuras.

Una es un chico, moreno y de pelo rizado, con los ojos oscuros. Y sobre su pecho hay una chica, rubio, de ojos claros, con un cuerpo delgado y bien definido. Ambos están desnudos y apenas tapados por un edredón. Él tiene su brazo izquierdo abrazándola a ella por debajo, mientras la chica apoya su cabeza en el pecho del chico y le echa un brazo y una pierna por encima.

Los jóvenes se miran y sonríen, pero ninguno dice nada. La noche es fría, pero el calor de sus cuerpos desnudos les mantiene a una temperatura más que ideal. Se abrazan con fuerza, él hunde los dedos entre, los pelos de ella. Por otra parte, ella clava sus yemas en su espalda y las desliza hacia abajo. La luna está llena y les permite verse el uno al otro.

El chico se da la vuelta y se coloca sobre ella, quien lo mira sorprendida, divertida y tal vez una pizca tímida. El la besa suavemente, notando el calor y la suavidad de sus labios, luego, su lengua ágil y húmeda. Entonces, él acaricia con las yemas de sus dedos los hombros de ella, que se estremece. Sus dedos siguen bajando y encuentran la curva de sus pechos. Su mano acaricia uno de ellos con delicadeza.

Él besa el cuello de la chica y con la lengua hace surcos que, zigzagueando, bajan hacia sus clavículas. El calor que sus cuerpos irradian es algo sobrenatural. Ella se agarra a la espalda del chico y deja caer la cabeza hacia atrás. El chico continua besándola cada vez más abajo, ahora sus labios se dedican a jugar con una de los pezones de la chica, mientras su mano juega con el otro pecho.

La respiración de la joven comienza a notarse. El chico, viendo que sus juegos surten efecto, decide continuar. Así que su mano deja el pecho y comienza a bajar, parándose por su cuerpo cada vez que lo ve necesario y rodeando varias veces su precioso ombligo, hasta que llega a sus muslos, los cuales agarra con ferocidad.

La mano de el chico agarra con fuerza uno de sus muslos, para luego soltarlos y deslizarse hacia arriba. Nota el calor que ella desprende. Y sin pensárselo dos veces su mano se desliza y entra uno de sus dedos que una vez dentro comienza a moverse con un ritmo que cada vez es más rápido y fuerte.

La chica clava sus uñas en la espalda de él y ahoga un gemido de placer. Su cuerpo comienza a moverse al ritmo que marca la mano del chico. Y poco a poco, ya no puede ocultar más su placer y comienza a gemir. Un agradable cosquilleo le recorre todo el cuerpo y un extraño calor se apodera de ella.

Entonces el chico para, se tumba y ella sin necesidad d3e palabras se coloca sobre él. Ahora es diferente, el placer es mayor, pero eso es lo de menos, pues justo en ese momento, al mirarse en los ojos, ambos ven algo, tal vez un atisbo de la enorme confianza que se procesan, quizás la compenetración que hay entre ello o tal vez sea eso que llaman amor. Lo que importa al fin y al cabo, es que ahora todo es mucho más intenso e íntimo.

A la par, ambos comienzan a moverse. El calor ha traído consigo sudor. Ambos están empapados, las gotas de sudor se deslizan por los pechos de ella, tiemblan un segundo y luego caen sobre el chico, quien apenas puede respirar con normalidad.

Pasan los minutos y cada vez hace más calor, los movimientos son más rápidos y fuertes. Ella ya no controla sus gemidos, él no deja de resoplar. Entonces un fuerte cosquilleo sube por las piernas de la chica, le invade un calor extraordinario, todo su cuerpo se tensa y tras unos segundos se relaja y la chica suspira de puro placer.

Y es en ese momento, cuando el chico aprieta los dedos de los pies, nota como se estiran sus piernas, agarra con fuerza a la chica y la lleva hacia sí para besarla. Entonces todo se para. Ninguno de los dos ha dejado de mirarse en ningún momento.

Se abrazan bajo el estrellado cielo nocturno y al oído el chico le susurra: “Te quiero”.