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martes, 26 de julio de 2011

Desde la orilla.

Llegó el día en que aquel joven fue a la playa.



Una vez allí, sin mediar palabra, se desnudó y se sentó junto a la orilla, sobre la cálida arena. Pasó toda la tarde observando ese mar, hasta entonces desconocido para el, sin prestar atención a los indignados murmullos de quienes por allí pasaban.



Vino la noche y con ella un viento frío. El chico que aun no sabía que era exactamente lo que buscaba, continuó sentado, observando las oscuras y misteriosas aguas. Sin percatarse de que la temperatura había bajado tanto, que su cuerpo tiritaba de frío, Esa noche olvidó dormir.



Al día siguiente, seguía allí, sin haberse movido ni una pizca, en una postura muy parecida, si no la misma, a la del día anterior. Era un chico testarudo y se entretenía con facilidad. Veía pájaros sobrevolando el mar, olía el viento que llegaba atestado de nuevas y curiosas fragancias, escuchaba el sonido de las olas.



Encontró multitud de curiosidades a su alrededor, tales como rayos de sol que flotaban en el agua, diminutas motas de arena que escapaban entre sus enormes dedos o alguna nube perdida en el enorme cielo azul.



Y a pesar de todo aquello que descubría, estaba triste porque aun no entendía que es lo que le motivaba a estar allí simplemente observando.



Así, sentado pasó día tras día sobre la arena, sin hacer nada, excepto oír, oler y observar todo lo que tenía delante. El pelo le caía, por la frente, sucio y descuidado. La barba le crecía sin control.



Una tarde, algo sobresaltó al joven, que de inmediato se puso de pie y corrió hacia el agua. Cuando sintió el frío líquido en sus pies, dio un salto y se lanzó hacia el agua.



Comenzó a dar brazadas fuertes y continuas. Sus piernas se movían con rapidez y determinación. A cada movimiento de su brazo derecho le seguía uno de cabeza en el que cogía aire que luego expulsaba dentro del agua.



El chico estaba en buena forma, pero tras cuarenta minutos nadando, le dolían los brazos y le pesaban las piernas. Notaba una pequeña molestia en el pecho y le faltaba el aire. No obstante, continuó nadando.



Ya era noche cerrada y hacía tiempo que la orilla no se veía, cuando el joven sintió la necesidad de parar. Y así lo hizo.



Entonces miró hacia abajo y a través de las cristalinas agua azules, pudo ver el suelo verde por la algas y como entre ellas había quedado atrapado bonito rayo de luna amarillo.



Entonces lo comprendió. Sonrió. Y se ahogó en su mirada para no volver jamás.