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lunes, 22 de noviembre de 2010

Letter To God

Ayer…

Ayer noche clavé mis rodillas en el suelo de aquella habitación blanca y uní las manos como me había enseñado mi madre. Cerré los ojos fuertemente y pregunté con desesperación.

-¿Porqué?

Esperé y esperé. Pero no obtuve respuesta. Así que con la cabezonería de la que llevaba años haciendo gala, pregunté de nuevo:

-¿Porqué?

De nuevo, en la habitación sobrevino un silencio horroroso, roto tan solo por un “bip bip” continuo e inmutable.

Nada.

No había respuesta, así que me di por vencido, me levanté del suelo, para acto seguido sentarme e n aquella fría y solitaria silla.

Empecé a temblar. La mandíbula y los puños se me cerraron con violencia. Una única lágrima se escapó de uno de mis ojos y fue a parar al suelo, donde desapareció.

Me levanté y busqué algo que pudiera destrozar, pero en esa puta habitación solo había una silla y aquella jodida cama.

¡Joder!

Entonces algo llamó mi atención. Era una de mis libretas, que sobresalía de mi macuto, que estaba tirado en aquel suelo brillante.

Lo cogí y arranqué una de sus hojas. Saqué un bolígrafo e hincándolo con fuerza tracé la palabra que por dentro me estaba corroyendo. Luego arrugué la hoja y la lancé por la única ventana de la habitación. La lancé tan fuerte como pude y tras unos metros, la perdí de vista en la oscuridad de la noche.

Tras unos minutos de ansiedad y un par de cigarrillos, volví a mi gélido asiento e intenté dormir. El cansancio se apoderó de mí y mis pesados parpados cayeron y perdí la conciencia. No soñé, tampoco descansé.

Me despertó el sonido de mi teléfono móvil. Era la hora de marcharme. Me coloqué el macuto y me acerqué a la cama. Seguía igual que ayer.

El verla allí, respirando a través de los tubos y máquinas que la rodeaban, pudo conmigo. Le apreté fuerte la mano por el miedo que sentía. Y fue entonces cuando noté algo en su mano.

Con suavidad cogí aquello que sujetaba entre sus dedos. Era un papel arrugado. Con cuidado de no romperlo lo abrí y con incredulidad descubrí en aquel viejo y desgastado papel mi letra.

Era el papel que yo había tirado la noche anterior. Reconocía mi letra torcida y poco cuidada. Pero parecía como si aquel papel hubiera pasado bastante tiempo rodando por ahí,…

Entonces un destello esperanza saltó en mi interior. Busqué en el papel algún tipo de respuesta. Busqué con desesperación, por todos lados. Pero nada. Solo había un gran “¿Porqué? Escrito y era mío. No había nada. Y de nuevo aquel sentimiento de miedo e impotencia me invadió.

Entonces el silencio se adueño del cuarto durante un segundo. Un segundo que me pareció eterno. Levanté la vista y ahí estaba mi madre, mirándome con sus ojos llenos de vida y sonriéndome con dulzura.

Luego nada.

Un pitido largo e ininterrumpido invadió la habitación.

martes, 9 de noviembre de 2010

Sombra


No recuerdo que estaba soñando, es más, creo que ni siquiera estaba dormido. No se muy bien que pasó aquella maldita noche, todo está muy confuso en mi cabeza. Solo tengo la certeza, de que fue entonces, cuando olvidé los colores y las formas, para sustituirlos por sombras y manchas…

…Me incorporé de un sobresalto, tal vez por algún trueno producido por la tormenta, que fuera de mi piso, que rugía estruendosamente. Estaba empapado en sudor y tenía frío. El corazón me palpitaba descontrolado, parecía querer salir del pecho. Y lo peor, era una sensación que me agobiaba y no obstante no era capaz de identificar.

Al levantarme de la cama y tocar el frío suelo con mis pies descalzos, las piernas comenzaron a temblarme y hubiera caído de bruces contra el suelo, si no fuera, por la pura suerte de que pude agarrarme a la mesita de noche a tiempo. Paré unos segundos para tranquilizarme e intenté reemprender mi camino.

Mientras caminaba lentamente hacia el cuarto de baño, tenía la sensación de que alguien me observaba en silencio, pero por más que me girase rápidamente o mirase de reojo, no logré ver nada, ni a nadie.

Agudicé un poco el oído y continué mi camino a ciegas. Luego, cuando estuve cerca, busqué a tientas el pomo de la puerta, lo giré con tranquilidad y entré en el cuarto de baño. Un olor a hospital reinaba allí dentro. Mi mano buscó el interruptor y con un débil “clic” se encendió la luz.

Entonces, para mi asombro, descubrí a aquel hombre observándome.

¡ERA HORRIBLE!

Sus ojos, vacíos y sin vida, me observaban meticulosamente, con una mezcla de sorpresa, odio y repugnancia. Sus labios estaban agrietados. El pelo, oscuro y despeinado, le caía por el rostro. Él,…. También sudaba.

Ambos nos miramos durante largo rato. Podía sentir todo su odio en mi interior, atravesándome y quemándome por dentro. Ninguno de los dos nos movíamos. El silencio era casi absoluto. Mi miedo era palpable, podía sentirse, casi podría verse como me rodeaba y me atenazaba. Estaba paralizado.

No se cuanto tiempo pudimos pasar así, tan solo mirándonos. En mi interior, me debatía entre amenazarlo o intentar huir, pero sabía que no obtendría respuesta, al igual que no podría escapar de él.

Mientras más nos mirábamos, más repugnante me parecía. El porque, no lo se. Tal vez por su asqueroso y deforme cuerpo, quizás por su rostro, triste y confuso. Pero lo único de lo que aun ahora estoy seguro, es que hoy lo odio aun más…

De la desesperación y el miedo, creo que saqué el coraje y las fuerzas… aunque no estoy seguro de ello. Con el poco valor que logré acumular, cerré el puño y lo golpeé.

El espejo se rompió en mil pedazos y mi reflejo se esfumó, dejando tan solo un rastro de miedo y asco. Al menos, durante unos segundos, eso creí.

Pero entonces, al mirar hacia abajo, allí estaba de nuevo observándome. Solo que ahora estaba esparcido por todos lados. Mirase donde mirase allí estaba él. Allí estaba yo.

No podía soportarlo. La desesperación, el miedo, la rabia,… todo eso y cientos de cosas más, se colaron en mi corazón. Las lágrimas se agolparon en mis ojos y luchaban por escapar de esa prisión. De pronto, me sentía mareado y repugnante.

Entonces pasó.

Agarré fuertemente un gran pedazo de espejo y mirándome por última vez, sonreí. Acto seguido, me hice un corte, desde un ojo hasta el otro.

El dolor no tardó mucho en adueñarse de todo mi cuerpo y la oscuridad me arropó casi de una manera instantánea. Y con la oscuridad vino el pánico.

Luego todo está aun más borroso y confuso. No distingo lo real de lo ficticio. Gritos, sombras, olores,… todo se mezcla y lentamente va desapareciendo.

Ahora, la noche es mi eterna compañera, no veo nada, pero al menos, tampoco veo mi sombra…