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martes, 28 de diciembre de 2010

Lágrima.


Comencé la noche con una copa de whisky. Cargada hasta los topes y acompañada tan solo por un par de hielos.

El ambiente de aquel tugurio estaba cargado de secretos ocultos en susurros apagados, de fantasías disueltas tras el humo de un cigarrillo y recuerdos olvidados en el fondo de una botella vacía.

Yo no era más que una sombra sin motivación alguna, a excepción de encontrar la desmotivación que me acongojaba.

-Llénamelo- dije al barman, mientras señalaba mi vaso ahora vacío.

A cada buche que daba el alcohol que ingería me sabía cada vez menos. Las pocas y tenues luces del local se disipaban en mis ojos. Las voces se convertían en zumbidos incoherentes.

De un trago terminé medio vaso y volví a indicarle a aquel viejo que me lo llenara. Esta vez sin hielo. Él, sumiso, volcó la botella hasta que el Whisky estuvo a punto de rebosar en el vaso. Ni siquiera me miró para comprobar mi estado.

Quizá os preguntéis ¿Por qué bebía?

Hoy día, me cuesta recordar aquellos oscuros años, deambulando de bar en bar. Solo puedo decir con seguridad, que el único alivio que obtenía del alcohol, y aun hoy día es así, era el poder…

Poder llorar.

Tan solo con la bebida me sentía humano. Y creo que algo aquella noche me hizo pensar que necesitaba desahogarme. Derramar alguna lágrima. Es más, estoy seguro de que yo pensaba que era mi obligación. Pero no lo recuerdo.

Así fue como llegué a aquel supuesto bar. Para acabar borracho, en el baño del mismo. Mirando mis desgastadas manos y respirando con dificultad.

No podría deciros con exactitud lo que en aquel momento sentía, es más, no podría ni acercarme, pero diré que los latidos de mi corazón resonaban en mi cabeza. Como el tic tac de un reloj que sentenciaba mi final.

Los segundos parecían minutos. A ratos todo iba rápido, a ratos todo parecía ir demasiado lento. El corazón resonaba fuertemente y una angustia inexorable se adueñó de todo mi cuerpo.

Todo está muy confuso en mi cabeza. Recuerdo al barman registrar mi cartera y vaciarla antes de dejarme tirado en mitad de la calle… No recuerdo ver a nadie llamando a la ambulancia, pero si recuerdo las luces de esta y los sonidos y voces que la rodeaban. Murmullos de curiosos, voces autoritarias, pero relajadas…

Después me dormí.

Por suerte a la mañana siguiente me desperté. No abrí los ojos, pero era consciente de la luz que inundaba el lugar. Allí apestaba a médico.

El dolor de cabeza y la fatiga eran una señal inequívoca de que seguía vivo. No se si eso me agradaba mucho.

En mi interior me lamenté, pues no recordaba haber derramado ni una sola y redentora lágrima.

Fue entonces cuando noté algo húmedo en mi mejilla. Me llevé un dedo y lo toqué. Luego me llevé el dedo a mi vieja y destrozada lengua, para comprobar que tenía un sabor salado.

No me cabía duda. De nuevo había logrado derramar, al menos una lágrima.

Pero al abrir los ojos mi felicidad se disipo. Sus ojos estaban rojos y el rostro surcado de lágrimas. Mi madre lloraba sobre mí.