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martes, 28 de diciembre de 2010

Lágrima.


Comencé la noche con una copa de whisky. Cargada hasta los topes y acompañada tan solo por un par de hielos.

El ambiente de aquel tugurio estaba cargado de secretos ocultos en susurros apagados, de fantasías disueltas tras el humo de un cigarrillo y recuerdos olvidados en el fondo de una botella vacía.

Yo no era más que una sombra sin motivación alguna, a excepción de encontrar la desmotivación que me acongojaba.

-Llénamelo- dije al barman, mientras señalaba mi vaso ahora vacío.

A cada buche que daba el alcohol que ingería me sabía cada vez menos. Las pocas y tenues luces del local se disipaban en mis ojos. Las voces se convertían en zumbidos incoherentes.

De un trago terminé medio vaso y volví a indicarle a aquel viejo que me lo llenara. Esta vez sin hielo. Él, sumiso, volcó la botella hasta que el Whisky estuvo a punto de rebosar en el vaso. Ni siquiera me miró para comprobar mi estado.

Quizá os preguntéis ¿Por qué bebía?

Hoy día, me cuesta recordar aquellos oscuros años, deambulando de bar en bar. Solo puedo decir con seguridad, que el único alivio que obtenía del alcohol, y aun hoy día es así, era el poder…

Poder llorar.

Tan solo con la bebida me sentía humano. Y creo que algo aquella noche me hizo pensar que necesitaba desahogarme. Derramar alguna lágrima. Es más, estoy seguro de que yo pensaba que era mi obligación. Pero no lo recuerdo.

Así fue como llegué a aquel supuesto bar. Para acabar borracho, en el baño del mismo. Mirando mis desgastadas manos y respirando con dificultad.

No podría deciros con exactitud lo que en aquel momento sentía, es más, no podría ni acercarme, pero diré que los latidos de mi corazón resonaban en mi cabeza. Como el tic tac de un reloj que sentenciaba mi final.

Los segundos parecían minutos. A ratos todo iba rápido, a ratos todo parecía ir demasiado lento. El corazón resonaba fuertemente y una angustia inexorable se adueñó de todo mi cuerpo.

Todo está muy confuso en mi cabeza. Recuerdo al barman registrar mi cartera y vaciarla antes de dejarme tirado en mitad de la calle… No recuerdo ver a nadie llamando a la ambulancia, pero si recuerdo las luces de esta y los sonidos y voces que la rodeaban. Murmullos de curiosos, voces autoritarias, pero relajadas…

Después me dormí.

Por suerte a la mañana siguiente me desperté. No abrí los ojos, pero era consciente de la luz que inundaba el lugar. Allí apestaba a médico.

El dolor de cabeza y la fatiga eran una señal inequívoca de que seguía vivo. No se si eso me agradaba mucho.

En mi interior me lamenté, pues no recordaba haber derramado ni una sola y redentora lágrima.

Fue entonces cuando noté algo húmedo en mi mejilla. Me llevé un dedo y lo toqué. Luego me llevé el dedo a mi vieja y destrozada lengua, para comprobar que tenía un sabor salado.

No me cabía duda. De nuevo había logrado derramar, al menos una lágrima.

Pero al abrir los ojos mi felicidad se disipo. Sus ojos estaban rojos y el rostro surcado de lágrimas. Mi madre lloraba sobre mí.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Letter To God

Ayer…

Ayer noche clavé mis rodillas en el suelo de aquella habitación blanca y uní las manos como me había enseñado mi madre. Cerré los ojos fuertemente y pregunté con desesperación.

-¿Porqué?

Esperé y esperé. Pero no obtuve respuesta. Así que con la cabezonería de la que llevaba años haciendo gala, pregunté de nuevo:

-¿Porqué?

De nuevo, en la habitación sobrevino un silencio horroroso, roto tan solo por un “bip bip” continuo e inmutable.

Nada.

No había respuesta, así que me di por vencido, me levanté del suelo, para acto seguido sentarme e n aquella fría y solitaria silla.

Empecé a temblar. La mandíbula y los puños se me cerraron con violencia. Una única lágrima se escapó de uno de mis ojos y fue a parar al suelo, donde desapareció.

Me levanté y busqué algo que pudiera destrozar, pero en esa puta habitación solo había una silla y aquella jodida cama.

¡Joder!

Entonces algo llamó mi atención. Era una de mis libretas, que sobresalía de mi macuto, que estaba tirado en aquel suelo brillante.

Lo cogí y arranqué una de sus hojas. Saqué un bolígrafo e hincándolo con fuerza tracé la palabra que por dentro me estaba corroyendo. Luego arrugué la hoja y la lancé por la única ventana de la habitación. La lancé tan fuerte como pude y tras unos metros, la perdí de vista en la oscuridad de la noche.

Tras unos minutos de ansiedad y un par de cigarrillos, volví a mi gélido asiento e intenté dormir. El cansancio se apoderó de mí y mis pesados parpados cayeron y perdí la conciencia. No soñé, tampoco descansé.

Me despertó el sonido de mi teléfono móvil. Era la hora de marcharme. Me coloqué el macuto y me acerqué a la cama. Seguía igual que ayer.

El verla allí, respirando a través de los tubos y máquinas que la rodeaban, pudo conmigo. Le apreté fuerte la mano por el miedo que sentía. Y fue entonces cuando noté algo en su mano.

Con suavidad cogí aquello que sujetaba entre sus dedos. Era un papel arrugado. Con cuidado de no romperlo lo abrí y con incredulidad descubrí en aquel viejo y desgastado papel mi letra.

Era el papel que yo había tirado la noche anterior. Reconocía mi letra torcida y poco cuidada. Pero parecía como si aquel papel hubiera pasado bastante tiempo rodando por ahí,…

Entonces un destello esperanza saltó en mi interior. Busqué en el papel algún tipo de respuesta. Busqué con desesperación, por todos lados. Pero nada. Solo había un gran “¿Porqué? Escrito y era mío. No había nada. Y de nuevo aquel sentimiento de miedo e impotencia me invadió.

Entonces el silencio se adueño del cuarto durante un segundo. Un segundo que me pareció eterno. Levanté la vista y ahí estaba mi madre, mirándome con sus ojos llenos de vida y sonriéndome con dulzura.

Luego nada.

Un pitido largo e ininterrumpido invadió la habitación.

martes, 9 de noviembre de 2010

Sombra


No recuerdo que estaba soñando, es más, creo que ni siquiera estaba dormido. No se muy bien que pasó aquella maldita noche, todo está muy confuso en mi cabeza. Solo tengo la certeza, de que fue entonces, cuando olvidé los colores y las formas, para sustituirlos por sombras y manchas…

…Me incorporé de un sobresalto, tal vez por algún trueno producido por la tormenta, que fuera de mi piso, que rugía estruendosamente. Estaba empapado en sudor y tenía frío. El corazón me palpitaba descontrolado, parecía querer salir del pecho. Y lo peor, era una sensación que me agobiaba y no obstante no era capaz de identificar.

Al levantarme de la cama y tocar el frío suelo con mis pies descalzos, las piernas comenzaron a temblarme y hubiera caído de bruces contra el suelo, si no fuera, por la pura suerte de que pude agarrarme a la mesita de noche a tiempo. Paré unos segundos para tranquilizarme e intenté reemprender mi camino.

Mientras caminaba lentamente hacia el cuarto de baño, tenía la sensación de que alguien me observaba en silencio, pero por más que me girase rápidamente o mirase de reojo, no logré ver nada, ni a nadie.

Agudicé un poco el oído y continué mi camino a ciegas. Luego, cuando estuve cerca, busqué a tientas el pomo de la puerta, lo giré con tranquilidad y entré en el cuarto de baño. Un olor a hospital reinaba allí dentro. Mi mano buscó el interruptor y con un débil “clic” se encendió la luz.

Entonces, para mi asombro, descubrí a aquel hombre observándome.

¡ERA HORRIBLE!

Sus ojos, vacíos y sin vida, me observaban meticulosamente, con una mezcla de sorpresa, odio y repugnancia. Sus labios estaban agrietados. El pelo, oscuro y despeinado, le caía por el rostro. Él,…. También sudaba.

Ambos nos miramos durante largo rato. Podía sentir todo su odio en mi interior, atravesándome y quemándome por dentro. Ninguno de los dos nos movíamos. El silencio era casi absoluto. Mi miedo era palpable, podía sentirse, casi podría verse como me rodeaba y me atenazaba. Estaba paralizado.

No se cuanto tiempo pudimos pasar así, tan solo mirándonos. En mi interior, me debatía entre amenazarlo o intentar huir, pero sabía que no obtendría respuesta, al igual que no podría escapar de él.

Mientras más nos mirábamos, más repugnante me parecía. El porque, no lo se. Tal vez por su asqueroso y deforme cuerpo, quizás por su rostro, triste y confuso. Pero lo único de lo que aun ahora estoy seguro, es que hoy lo odio aun más…

De la desesperación y el miedo, creo que saqué el coraje y las fuerzas… aunque no estoy seguro de ello. Con el poco valor que logré acumular, cerré el puño y lo golpeé.

El espejo se rompió en mil pedazos y mi reflejo se esfumó, dejando tan solo un rastro de miedo y asco. Al menos, durante unos segundos, eso creí.

Pero entonces, al mirar hacia abajo, allí estaba de nuevo observándome. Solo que ahora estaba esparcido por todos lados. Mirase donde mirase allí estaba él. Allí estaba yo.

No podía soportarlo. La desesperación, el miedo, la rabia,… todo eso y cientos de cosas más, se colaron en mi corazón. Las lágrimas se agolparon en mis ojos y luchaban por escapar de esa prisión. De pronto, me sentía mareado y repugnante.

Entonces pasó.

Agarré fuertemente un gran pedazo de espejo y mirándome por última vez, sonreí. Acto seguido, me hice un corte, desde un ojo hasta el otro.

El dolor no tardó mucho en adueñarse de todo mi cuerpo y la oscuridad me arropó casi de una manera instantánea. Y con la oscuridad vino el pánico.

Luego todo está aun más borroso y confuso. No distingo lo real de lo ficticio. Gritos, sombras, olores,… todo se mezcla y lentamente va desapareciendo.

Ahora, la noche es mi eterna compañera, no veo nada, pero al menos, tampoco veo mi sombra…

lunes, 19 de julio de 2010

Sollozos en la oscuridad


Hacía horas que había pasado la medianoche y yo continuaba despierto con la mirada clavada en el oscuro techo. El calor era sofocante y las sábanas se me pegaban al cuerpo. No podía evitar sentirme agobiado.

Las gotas de sudor resbalaban por mi frente. Cada pocos minutos me movía a un lado u otro. Me colocaba el brazo aquí o allí, pero me era imposible conciliar el sueño. Me dolía la cabeza y la simple idea de no poder dormir me estresaba, pero lo peor no era eso…

Sabía que tú no estabas ahí. Necesitaba oír tu voz susurrándome al oído, necesitaba tus brazos sobre mí, tu respiración golpeándome suavemente la oreja. No pude evitar que una lágrima se escapara de la prisión de mis ojos.

¡JODER!

El grito llenó la habitación durante un par de segundos y luego se disipó en el atrofiado aire de la habitación. Poco a poco el silencio volvió a llenarlo todo. La oscuridad era absoluta. No se oía nada excepto mi respiración.

Cerré los ojos y respiré fuerte. Entonces todo me golpeó con fuerza. El dolor, la desesperación, la ira, la rabia, la impotencia,… y grité. Grité tan fuerte que el corazón se me desgarro. Mi voz cruzó el cielo y llegó a la luna. El mundo se paró durante un segundo.

No pude evitar echarme a llorar. Me volví y con el rostro hundido en la almohada lloré y grite. Apenas podía respirar. Grité fuerte, ahogando el sonido en la almohada. Me sentía tan solo… tan impotente.

Grité hasta quedarme sin voz. Lloré hasta quedarme sin lágrimas. Temblé hasta que el cuerpo me quedó agotado, entumecido y sin fuerzas.

Entonces al volverme pasó algo. Pensé que estabas allí. Juro por Dios que lo pensé. Creí verte allí de pie, mirándome. Con esos labios que tantas veces me habían cubierto con dulces besos. Con tu precioso pelo, colocado sobre tus hombros.

Pensé que estabas allí sonriéndome mientras me mirabas. Estabas mirándome. Con esos ojos tuyos. Esos ojos profundos, serenos y fuertes. Esos ojos que yo tanto adoraba. Esos ojos que me hacían perder la cabeza. Y que eran lo único capaz de sacarme de mi eterna tristeza. Esos ojos verdes…

-¡CARINA!

Me arrojé sobre ti. Me lancé a abrazarte, pero cuando mis brazos se cerraban sobre el lugar donde debería estar tu torso, ya no había nada. Al no encontrar tu apoyo caí al frío suelo y me golpeé las rodillas.

En la oscuridad me miré las manos que habían estado a punto de tocarte. Una lágrima calló sobre mi mano. Se oyó un sonido fuerte y profundo. Era el sonido de mi alma desgarrada.

Me llevé las manos a la cara y eché a llorar. Pensaba que no podría llorar más, que no me quedaban lágrimas, pero, no era así. Me encogí sobre mí, agarrándome fuerte las rodillas y lloré. Toda la noche la pasé pensado en ti.

Me temblaba todo el cuerpo. Me encontraba fatigado, débil y cansado. Mi mente era un cumulo de ideas. Un rayo de sol entró por la ventana y me golpeó la cara. Miré el cielo y estaba despejado y tranquilo.

Por un momento pensé que esa tranquilidad se me iba a pegar, fue un pensamiento agradable, pero por desgracia no fue así. Pensé que al llegar el día me sería más fácil asimilar tu ausencia. Pero no, no era así.

Me levanté, cogí unos pantalones y me los puse. Subí las escaleras y llegué a la azotea. Desde allí se veía todo el pueblo. El amanecer ya había comenzado, pero aun no había acabado. Saqué un cigarrillo y lo encendí.

El humo pasó por mi garganta y llegó a mis pulmones. Sentado en el filo del alfeizar miré hacia abajo y el vértigo me invadió. Levanté la vista y miré todo lo que se extendía delante de mí. Las pequeñas casan en ruinas, con tonos marrones y verdes. Las grandes fábricas a lo lejos. El inmenso cielo.

Siendo sincero diré que quise llorar. Quise llorar y lamentarme de mi pena, envolverme en mi tristeza y no salir nunca de ella. Creía que nada tenía sentido, que no encontraría solución a mis problemas, los cuales ni siquiera entendía.

Y no pude. Di la última calada a mi cigarrillo y lo lancé al vacío. Mientras caía me incorporé y eché un último vistazo a todo aquello. Me dirigí hacia las escaleras y mientras bajaba me metí las manos en los bolsillos. Noté algo en mi mano derecha. Era pequeño y estaba frío.

Saqué mi mano y mire lo que tenía en la palma. Era un pequeño anillo de plata. Por dentro estaban grabados nuestros nombres. Me lo habías regalado tú tiempo atrás. Entonces algo comenzó a formarse en mi interior.

Era una sensación extraña. El cumulo de ideas que embotaban mi cabeza se disiparon. Todo parecía ahora mucho más claro. El miedo desapareció. La tristeza fue desvaneciéndose poco a poco. Todo parecía ahora mucho más fácil, menos complejo.

Decidí esperar. Miré el pequeño anillo y me lo coloqué. Fue entonces cuando todo cambió realmente. Una sensación muy extraña me invadió y se adueñó de mi cuerpo. En aquel momento yo hice algo que hacía mucho tiempo que no hacía… en aquel momento yo…

Sonreí.

domingo, 20 de junio de 2010

cristales rotos



No podía evitar lo sollozos. Pensé en lo que había hecho y de donde venía y eso tan solo agravó el dolor de mi corazón.
Vi como el mundo se deterioraba poco a poco y como nada tenía sentido. Pude ver con claridad los defectos de todos los que
esa noche me habían rodeado y lo que era peor... mis propios defectos.

Levanté la cabeza y pude verme en el espejo del cuarto de baño. Lo que vi me dio asco, me repugno. Mi cara era el reflejo de
lo todo lo que yo odiaba, todo aquello que siempre odié y en lo que nunca pensé que me convertiría. Pensad. ¿Que odiáis? Ahora
pensad que os convertís en eso mismo. ¿No os pugnaríais?

Di otro trago a la botella, fue largo y doloroso, pero la botella acabó vacía. Me levanté tambaleándome y me miré en el espejo.
Me odié y odié al ser humano. Odié a la propia exsistencia y todo lo que me rodeaba. No entendía que motivaba mi vida, no
encontraba ningún estímulo para seguir adelante.

¿Que buscaba?

Aun no lo sé. De nuevo me asomé al espejo, miré mis ojos, apagados y sin vida, mis labios, desgarrados y secos. Vi mi cuerpo,
deforme y pesado. Vi mi alma, ennegrecida, pesada y destrozada. Y lo único que sentí fue asco y odio.

Así que con fuerza rompí la botella que tenía sobre la mano. Los pedazos de cristal calleron hacia el suelo. Miré lo que quedaba de
botella y tras unos segundos me la llevé al cuello.

Al principio me la pasé varias veces haciendo una linea recta, pero no me atrevía a apretar. Pasados unos minutos perdí el miedo y
el asco de mi alma creció. Apreté fuerte la botella y me rajé la garganta. No llegué a ver el corte en el espejo.

Noté un calor que cubrió mi cuerpo para poco después enfriarlo de pronto. Todo se volvió borroso y caí al suelo. Me golpeé la cabeza,
pero apenas lo noté. Estaba en el suelo.

Y así sigo. Y la verdad, no es tan bello como en las películas. No veo ninguna luz, no pasa mi vida por delante de mis ojos y nadie
viene a buscarme. Solo siento dolor y frío.

El dolor es intenso y me hace encogerme sobre mi. No puedo soportarlo. Pero lo peor es el frío. Engarrota mis músculos y apenas
me deja respirar. Poco a poco me cuesta más coger aire. La luz se va apagando alrededor. Lo último que veo no es la imagen de
un familiar o un amor, no veo ninguna escena feliz de mi vida.

Solo veo mi mano cubierta de sangre y junto a ella una botella rota. Poco a poco muero.

Y sonrío.

martes, 1 de junio de 2010

Mentiras



Todo se corroe y acaba por desaparecer. Tirado a oscuras en mi habitación con el teléfono en la mano, soy testigo como en mi interior todo muere. Lo que había dado cierto sentido a mi vida, a mi forma de ser, a mi mismo,.... eso se acaba.

Tan solo han sido necesarios unos minutos y ya no queda nada. El dolor es insoportable. En mi interior noto unos sentimientos de angustia, dolor y poco más.

Ahora, ¿Qué es lo que soy?.

No me queda nada, mis escudos se rompieron, mis ideales desaparecieron, mis guardianes se esfumaron. Ya no me queda nada que me ayude a estar en pie. Las lágrimas corren raudas por mis mejillas. A solas grito y grito. Mi garganta se desgarra.

El dolor no es físico, es mucho más profundo y doloroso. Necesito ayuda. Lo que yo era, ahora es solo el recuerdo de una bonita fantasía. Quisiera volver al sueño y no despertar nunca, pero ahora ya no es posible.

Cogeré mi botella y olvidaré mi existencia. No quiero seguir...

Adiós.

Mírame

No era necesario decir nada. El tiempo parecía ir mas lento que de costumbre. Las pequeñas brisas de aire movían su cabello que rozaba mi cara produciéndome un cosquilleo agradable y dejando una suave fragancia, apenas perceptible.

Frente a nosotros se ponía el sol, pero yo apenas me daba cuenta, ensimismado como estaba, en las emociones que en aquel momento afloraban en mi corazón.

Estaba nervioso como la primera vez que dí un beso. Mi desbocado corazón latía emocionado. Notaba esa agradable sensación en el estómago, que hacía tiempo que creí haberla perdido. En mi garganta había encadenado un grito de felicidad que deseaba salir y recorrer el universo con su mensaje. Pero me contuve.

El humo de un cigarrillo ambientaba nuestro momento. Una botella de vino vacía daba buena fe de nuestra libertad. No pude evitar sonreír. Tal vez fuese por el alcohol que embotaba mis sentido, pero prefiero pensar que fue algo totalmente espontáneo venido de lo más hondo de mi ser.

Moví un poco mi mano de manera casi imperceptible y mis dedos rozaron los suyos. A ella no pareció molestarle, más bien al contrario. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Sus fríos dedos se entrelazaron con mis cálidos y asperos dedos. Era una sensación agradable.

La miré de reojo y noté que ella me miraba a mi. El corazón me dio un vuelco. Todo parecía tan irreal... Era como un sueño.

Y entonces ocurrió. No se como, conseguí el valor para girar la cabeza y mirarla. Mis ojos se encontraron con los suyos. Unos ojos llenos de inteligencia y astucia, que brillaban con una belleza inexplicablemente misteriosa. Y fue justo esa mirada, justo ese momento, justo allí,...

Nuestras almas ahora estaban unidas...

viernes, 28 de mayo de 2010

Solo un trago más


Tambaleándome conseguí llegar a mi piso. Abrí la puerta y casi ayudado por la pared logré llegar al salón. Me tiré sobre el sofá y no pude evitar un impulso, coger la libreta y el bolígrafo. Comencé a escribirlo todo y me parecía un sueño irreal y estúpido.

El alcohol embotaba mis sentidos, era un modo de escape, pero no parecía tener el efecto que yo esperaba. Apenas pasaban unos segundo y miraba mi reloj. Cada poco tiempo observaba el móvil y esperaba impaciente una llamada tuya, un mensaje, al menos una señal,... Pero nunca aparecía.

Cada vez estaba más tenso y la música me parecía más triste. No podía soportar más aquella tortura. Mi mente pensaba en ti y tu también pensabas en ti. No podía evitar desear que fueses feliz y a la vez que me necesitases. ¿Tan malo soy?

Todo da vueltas a mi alrededor y no entiendo nada... Te necesito, pero mientras más me doy cuenta de esto, más te alejas tú de mi. El único consuelo y mi única medicina, recae en la bebida. Lo se, sólo soy un cobarde, sólo soy otro de esos débiles hombres... Y la verdad, lo acepto.

Me doy cuenta de que cada vez valgo para menos y lloro. Pero eso ahora da igual. No importa.

Con las manos húmedas de ocultar mis ojos, me despido.

Te necesito... Adiós.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Adiós


Erase una vez, hace mucho, mucho, mucho tiempo, cuando el hombre veneraba a la naturaleza y la temía, un gran y bellísimo prado. El agua de una cascada caía formando grandes capas de espuma en la parte más baja. El suelo estaba totalmente cubierto de vegetación y en el horizonte tan solo se veía el cielo y una vegetación viva.

Los años fueron pasando y la vegetación comenzó a cambiar. Las flores empequeñecieron, pero eso no cambió en absoluto su belleza, más bien la transformó de ruda a sutil. Una gran cantidad de rosas apareció amontonada como una gran mancha roja. La vegetación se hizo menos densa. Y el ser humano comenzó a acercarse cada vez con más confianza al bello prado.

Un día, después de miles de años, un grupo de hombros se acercó e instaló unas pequeñas tiendas. Asustados por las consecuencias de habitar una zona tan pura como aquella, apenas salían de sus guaridas. Pero el tiempo siguió corriendo y los hijos de los hijos de estos hombres, acostumbrados a más comodidades que sus padres, decidieron modernizar sus viviendas y así dejaron las pieles para usar gruesas ramas de los árboles y algunas piedras del suelo, además de un poco de tierra.

Todo siguió su curso y esas rústicas casas, pasaron a tener unas estructuras más resistentes. Usaron más materiales y el número de habitantes y de sus hogares aumentó. El aire comenzó a cubrirse de una manta de humo un poco más pálido que el cielo. Pero este detalle apenas era perceptible, excepto para los abuelos árboles.

Poco después estás viviendas aumentaron de número rápida y considerablemente. Además el tamaño era mucho mayor al del principio y cada una disponía de su propio jardín, donde también plantaban sus propias hortalizas. Los humanos ya apenas temían a la madre naturaleza.

Los años pasaron y los humanos dieron descendencia de una manera innumerable. El paisaje de vegetación fue reemplazado por asfalto. Los árboles que antes apenas dejaban ver a través de ellos, ahora apenas eran unos cuantos objetos decorativos, a los lados de las calles o en los parques. Las casas aún observaban pequeños pedazos de naturaleza, en sus jardines, pero poca cosa comparada con la vida que antes había allí. El cielo cada vez se torna más oscuro.

La modernización continuó y los electrodomésticos entraron en los hogares. Los jardines fueron sustituidos por garajes y ahora la única vegetación existente eran las flores criadas en las macetas de las azoteas. En un parque, cerca de allí, aún seguían sobreviviendo el, ahora, pequeño grupo de rosas. Ahora la naturaleza teme al hombre.

Las agujas de los relojes dieron miles de millones de vueltas y mucho más. Las casas fueron sustituidas por grandes y modernos edificios de metal y vidrio. Los espacios verdes se convirtieron en grises o broncíneos. El cielo ahora es totalmente gris con alguna beta de azul perdida en su fondo. Ahora en un sucio, apestoso y oscuro callejón entre dos gigantescos edificios sobrevive la última rosa del grupo.

La rosa antes de un rojo vivo ahora ha perdido el brillo de vida que la caracterizaba y le daba un toque mágico. Apenas puede mantenerse de pie y tiene que esquivar la pisada de apresurados peatones. Los humos tóxicos de la ciudad no le dejan respirar y aunque es muy joven se siente vieja. Además como está sola, pues todas las demás cayeron marchitas, ahora se siente sola.

Un chico pasa por allí y al verla se para y se queda mirándola. La rosa al notar esto sonríe e intenta parecer más hermosa que nunca, está encantada de que alguien se fije en ella y la contemple con amor. Pero lo que ella no sabe es que ese amor no es hacia su belleza ni por asomo. El joven se acerca y nuestra pequeña rosa sonríe y se estira hacia él para que pueda verla y oler su perfume.

Entonces el la agarra con fuerza y tira. La rosa es desgarrada de su suelo con rudeza y un dolor punzante recorre todo su cuerpo. La pequeña grita, un grito desgarrador. Pero nadie se fija en ella. La vida en su interior va apagándose y ella llora. Todo se va volviendo oscuro o eso piensa. El color comienza a desaparecer de sus pétalos y su talle pierde fuerza poco a poco y se dobla.

El joven entra en un piso y se dispone a darle la rosa a una chica, pero al ver el feo color que a cogido la rosa, se enfada y la lanza al suelo con fuerza, para luego pisarla y quitarle el último suspiro de vida que quedaba dentro de ella. El cielo se vuelve aun más oscuro. Ahora el único recuerdo de su belleza es una mancha rojiza en el suelo.

La rosa ha muerto.

Y es así, como la última rosa es asesinada. La naturaleza es sustituida por lo artificial, los olores de la vegetación son cambiados por perfumes muy variados. Los colores de las plantas se encierran en lápices que siempre tienen las mismas tonalidades. El agua se guarda en botellas para que no nos la roben. Y así…

…así destruimos la última rosa, pero, tranquilos,…. Nuestros hijos podrán saber como eran las rosas gracias a una fotografía o tal vez un video

miércoles, 3 de febrero de 2010

Desconocido


En la oscuridad de mi viejo coche me enciendo un cigarrillo y le doy una larga calada. El humo pasa por mi garganta y llena mis pulmones, para luego escapar por mi nariz y elevarse hacia el techo lentamente, realizando movimientos hipnotizantes. Ahora puedo notar un poco más de calidez en mi cuerpo.

Pongo el coche y acelero. Las calles pasan a mi alrededor casi imperceptibles, tan solo son manchas de colores emborronadas. Mi mente divaga lejos de mi cuerpo. No se que es lo que busco, pero se que no está lejos. Y en efecto…

Unas calles más adelante, apoyadas sobre una vieja y sucia casa medio derruida, hay un grupo de chicas. Todas visten con escotes pronunciados y faldas muy cortas a pesar del frío hiriente que hace en la calle. Al verme allí parado en el coche todas se acercan a la vez y comienzan a hablarme.

Yo, observo a las chicas buscando entre ellas a la más joven o al menos a la que parezca tener mejor salud. Una chica llama mi atención. Ha de tener entre veinte muchos y treinta y pocos. Lleva una falda negra de cuero muy corta que apenas le tapa los muslos y un escote rojo abrochado con tiras de cuero. El pelo rubio con mechas rosas y los labio pintados de un rojo intenso.

Le hago una seña y sube al coche. Arranco y busco un callejón oscuro. Una vez que lo encuentro, me aseguro de que no halla nadie y aparco en el. La chica me aclara algo sobre unos precios para luego desabrocharme los pantalones y bajar sus labios hacia mi mimbro.

Noto su calidez fluir por mi, es una sensación que me engancha. Es como estar vivo de nuevo. Mi cuerpo comienza a arder, ella sin embargo sigue igual de fría. Tras un rato se coloca encima mía y nos unimos en un baile de caderas. Mis brazos la agarran por la cintura y la controlan. Sus brazos se entrelazan detrás de mi cuello y apoya su cabeza sobre mi hombro.

El calor de su vida lo impregna todo y me agrada, pero sin embargo el frió de su cuerpo me causa repulsión y miedo. Mi cuerpo parece ir cobrando vida tras diez minutos y justo cuando parece que voy a resucitar, que voy a volver a la vida, aunque tan solo sea un segundo,… Mi espalda nota un dolor punzante.

Es como si mi espalda se quemara y comenzara desde arriba para ir bajando poco a poco. Oigo un sollozo y entonces entiendo que es esa sensación de dolor que siento, es una lágrima, de esa chica, que recorre mi espalda.

Continuo con mi labor haciendo oídos sordos a los casi inaudibles sollozos e intentando olvidar el dolor que ahora recorre todo mi cuerpo. Tras a penas quince minutos acabo. Pago a la chica el dinero exacto que me pidió, no le doy ni un céntimo más. Y ella se marcha sin mirar atrás.

De vuelta en la carretera mi estómago comienza a rugir. Mi cabeza da vueltas y mi cuerpo se encuentra de nuevo frío e inerte. Entonces doy un volantazo, giro a un lado de la carretera y freno en seco. Y vomito en el asiento del copiloto. Echo lo poco que comí esta noche.

Es al levantarme cuando algo llama mi atención. Son unos ojos. Ojos tristes, dañados y sin esperanza. Vacíos. Soy yo, mi rostro, apenas visible, parece sacado de una pesadilla. Y es entonces en ese momento, después de tantos años cuando rompo a llorar…