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domingo, 4 de octubre de 2009

Mi ángel sin alas


El tiempo parece ir cada vez más lento, parece ir parándose poco a poco, tan solo por complacer mi deseo de una eternidad junto a ella, el deseo de que ese momento no acabase nunca, estar en ese lugar y ese instante para siempre con la única compañía que necesito, la suya.

Nuestros pies descalzos se hunden lentamente en la arena cada vez que damos un paso. Nuestras manos están entrelazadas con tal fuerza que nada podría separarnos, ni la misma muerte. Tus ojos verdes me miran con dulzura y no puedo evitar esbozar una sonrisa, aunque no se muy bien como hacerlo.

El sol ya está cayendo a lo lejos y se refleja su luz en el mar creando una bellísima sensación. El viento sopla ligeramente, meciendo de una manera hipnotizante tu melena. Las olas rompen y llegan hasta nuestros pies mojándonos de tal manera que un cosquilleo nos recorre a ambos desde los pies hasta la cabeza.

Todo es perfecto o al menos casi todo, pero falta algo. Me doy la vuelta bruscamente la agarro por la cintura y veo como ella me mira confundido, una sonrisa extraña aparece en mi rostro y entonces lanzo mi boca hacia la suya en un arrebato de amor y ella me corresponde.

Nuestros labios se unen y se mueven sintiéndose deseados y amados. Nuestras lenguas se entrelazan y nuestros corazones comienzan a latir fuerte y rápido, pero al mismo compás. Ahora sí, ahora todo es perfecto. Poco a poco separo mi boca de la suya.

Entonces me quedo mirándola. Observo sus bellísimos ojos verdes. Son hermosísimos y brillan con la luz de la vida y amor. No puedo evitar el sentir como mi corazón se inunda de alegría y gozo. El saber que ese ángel que se encuentra frente a mi me quiere es un sentimiento fuerte, muy fuerte. Tanto que sin pensarlo, sin darme ni siquiera cuenta le susurro sin dejar de mirarla con cariño:

-Te quiero.