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miércoles, 10 de febrero de 2010

Adiós


Erase una vez, hace mucho, mucho, mucho tiempo, cuando el hombre veneraba a la naturaleza y la temía, un gran y bellísimo prado. El agua de una cascada caía formando grandes capas de espuma en la parte más baja. El suelo estaba totalmente cubierto de vegetación y en el horizonte tan solo se veía el cielo y una vegetación viva.

Los años fueron pasando y la vegetación comenzó a cambiar. Las flores empequeñecieron, pero eso no cambió en absoluto su belleza, más bien la transformó de ruda a sutil. Una gran cantidad de rosas apareció amontonada como una gran mancha roja. La vegetación se hizo menos densa. Y el ser humano comenzó a acercarse cada vez con más confianza al bello prado.

Un día, después de miles de años, un grupo de hombros se acercó e instaló unas pequeñas tiendas. Asustados por las consecuencias de habitar una zona tan pura como aquella, apenas salían de sus guaridas. Pero el tiempo siguió corriendo y los hijos de los hijos de estos hombres, acostumbrados a más comodidades que sus padres, decidieron modernizar sus viviendas y así dejaron las pieles para usar gruesas ramas de los árboles y algunas piedras del suelo, además de un poco de tierra.

Todo siguió su curso y esas rústicas casas, pasaron a tener unas estructuras más resistentes. Usaron más materiales y el número de habitantes y de sus hogares aumentó. El aire comenzó a cubrirse de una manta de humo un poco más pálido que el cielo. Pero este detalle apenas era perceptible, excepto para los abuelos árboles.

Poco después estás viviendas aumentaron de número rápida y considerablemente. Además el tamaño era mucho mayor al del principio y cada una disponía de su propio jardín, donde también plantaban sus propias hortalizas. Los humanos ya apenas temían a la madre naturaleza.

Los años pasaron y los humanos dieron descendencia de una manera innumerable. El paisaje de vegetación fue reemplazado por asfalto. Los árboles que antes apenas dejaban ver a través de ellos, ahora apenas eran unos cuantos objetos decorativos, a los lados de las calles o en los parques. Las casas aún observaban pequeños pedazos de naturaleza, en sus jardines, pero poca cosa comparada con la vida que antes había allí. El cielo cada vez se torna más oscuro.

La modernización continuó y los electrodomésticos entraron en los hogares. Los jardines fueron sustituidos por garajes y ahora la única vegetación existente eran las flores criadas en las macetas de las azoteas. En un parque, cerca de allí, aún seguían sobreviviendo el, ahora, pequeño grupo de rosas. Ahora la naturaleza teme al hombre.

Las agujas de los relojes dieron miles de millones de vueltas y mucho más. Las casas fueron sustituidas por grandes y modernos edificios de metal y vidrio. Los espacios verdes se convirtieron en grises o broncíneos. El cielo ahora es totalmente gris con alguna beta de azul perdida en su fondo. Ahora en un sucio, apestoso y oscuro callejón entre dos gigantescos edificios sobrevive la última rosa del grupo.

La rosa antes de un rojo vivo ahora ha perdido el brillo de vida que la caracterizaba y le daba un toque mágico. Apenas puede mantenerse de pie y tiene que esquivar la pisada de apresurados peatones. Los humos tóxicos de la ciudad no le dejan respirar y aunque es muy joven se siente vieja. Además como está sola, pues todas las demás cayeron marchitas, ahora se siente sola.

Un chico pasa por allí y al verla se para y se queda mirándola. La rosa al notar esto sonríe e intenta parecer más hermosa que nunca, está encantada de que alguien se fije en ella y la contemple con amor. Pero lo que ella no sabe es que ese amor no es hacia su belleza ni por asomo. El joven se acerca y nuestra pequeña rosa sonríe y se estira hacia él para que pueda verla y oler su perfume.

Entonces el la agarra con fuerza y tira. La rosa es desgarrada de su suelo con rudeza y un dolor punzante recorre todo su cuerpo. La pequeña grita, un grito desgarrador. Pero nadie se fija en ella. La vida en su interior va apagándose y ella llora. Todo se va volviendo oscuro o eso piensa. El color comienza a desaparecer de sus pétalos y su talle pierde fuerza poco a poco y se dobla.

El joven entra en un piso y se dispone a darle la rosa a una chica, pero al ver el feo color que a cogido la rosa, se enfada y la lanza al suelo con fuerza, para luego pisarla y quitarle el último suspiro de vida que quedaba dentro de ella. El cielo se vuelve aun más oscuro. Ahora el único recuerdo de su belleza es una mancha rojiza en el suelo.

La rosa ha muerto.

Y es así, como la última rosa es asesinada. La naturaleza es sustituida por lo artificial, los olores de la vegetación son cambiados por perfumes muy variados. Los colores de las plantas se encierran en lápices que siempre tienen las mismas tonalidades. El agua se guarda en botellas para que no nos la roben. Y así…

…así destruimos la última rosa, pero, tranquilos,…. Nuestros hijos podrán saber como eran las rosas gracias a una fotografía o tal vez un video

miércoles, 3 de febrero de 2010

Desconocido


En la oscuridad de mi viejo coche me enciendo un cigarrillo y le doy una larga calada. El humo pasa por mi garganta y llena mis pulmones, para luego escapar por mi nariz y elevarse hacia el techo lentamente, realizando movimientos hipnotizantes. Ahora puedo notar un poco más de calidez en mi cuerpo.

Pongo el coche y acelero. Las calles pasan a mi alrededor casi imperceptibles, tan solo son manchas de colores emborronadas. Mi mente divaga lejos de mi cuerpo. No se que es lo que busco, pero se que no está lejos. Y en efecto…

Unas calles más adelante, apoyadas sobre una vieja y sucia casa medio derruida, hay un grupo de chicas. Todas visten con escotes pronunciados y faldas muy cortas a pesar del frío hiriente que hace en la calle. Al verme allí parado en el coche todas se acercan a la vez y comienzan a hablarme.

Yo, observo a las chicas buscando entre ellas a la más joven o al menos a la que parezca tener mejor salud. Una chica llama mi atención. Ha de tener entre veinte muchos y treinta y pocos. Lleva una falda negra de cuero muy corta que apenas le tapa los muslos y un escote rojo abrochado con tiras de cuero. El pelo rubio con mechas rosas y los labio pintados de un rojo intenso.

Le hago una seña y sube al coche. Arranco y busco un callejón oscuro. Una vez que lo encuentro, me aseguro de que no halla nadie y aparco en el. La chica me aclara algo sobre unos precios para luego desabrocharme los pantalones y bajar sus labios hacia mi mimbro.

Noto su calidez fluir por mi, es una sensación que me engancha. Es como estar vivo de nuevo. Mi cuerpo comienza a arder, ella sin embargo sigue igual de fría. Tras un rato se coloca encima mía y nos unimos en un baile de caderas. Mis brazos la agarran por la cintura y la controlan. Sus brazos se entrelazan detrás de mi cuello y apoya su cabeza sobre mi hombro.

El calor de su vida lo impregna todo y me agrada, pero sin embargo el frió de su cuerpo me causa repulsión y miedo. Mi cuerpo parece ir cobrando vida tras diez minutos y justo cuando parece que voy a resucitar, que voy a volver a la vida, aunque tan solo sea un segundo,… Mi espalda nota un dolor punzante.

Es como si mi espalda se quemara y comenzara desde arriba para ir bajando poco a poco. Oigo un sollozo y entonces entiendo que es esa sensación de dolor que siento, es una lágrima, de esa chica, que recorre mi espalda.

Continuo con mi labor haciendo oídos sordos a los casi inaudibles sollozos e intentando olvidar el dolor que ahora recorre todo mi cuerpo. Tras a penas quince minutos acabo. Pago a la chica el dinero exacto que me pidió, no le doy ni un céntimo más. Y ella se marcha sin mirar atrás.

De vuelta en la carretera mi estómago comienza a rugir. Mi cabeza da vueltas y mi cuerpo se encuentra de nuevo frío e inerte. Entonces doy un volantazo, giro a un lado de la carretera y freno en seco. Y vomito en el asiento del copiloto. Echo lo poco que comí esta noche.

Es al levantarme cuando algo llama mi atención. Son unos ojos. Ojos tristes, dañados y sin esperanza. Vacíos. Soy yo, mi rostro, apenas visible, parece sacado de una pesadilla. Y es entonces en ese momento, después de tantos años cuando rompo a llorar…