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martes, 25 de agosto de 2009

Sobre las nubes





Mis piernas tiemblan y se sienten torpes. Noto el peso de todo mi cuerpo, como no lo había notado nunca hasta esta noche. Hace frío y aun así estoy sudando por todas partes, mi frente está perlada de gotas de sudor y mis manos están resbaladizas. Siento la temperatura de mi cuerpo demasiado elevada, así que comienzo a quitarme algo de ropa. La bufanda y la sudadera fuera.





Miro hacia delante y al contemplar aquella visión que a tantos ha atraído y ha infundido temor y durante años ha sido obsesión de muchos, noto cómo me hago aun más pesado y he de apoyarme en la pared para no caerme. Como puedo me doy la vuelta, no se como no me caigo, pero casi arrastrándome consigo llegar hasta el servicio. Me pongo de rodillas frente a la taza del váter y entonces todo se me viene a la cabeza y por los nervios que durante horas se han adueñado de mi estómago, vomito.





Aunque ya no me queda nada en el estomago no me siento mejor. A mi espalda alguien golpea la puerta con insistencia y cada golpe atraviesa mi cabeza. Me levanto mareado apoyándome en todas las paredes y abro la puerta. Reconozco al chico que esta frente a mí, es un amigo de la infancia y bueno de ahora, la adolescencia. Me sostiene y me dice algo, pero yo no me encuentro bien y no me entero de nada. Él me agarra y me arrastra hasta allí, aquel temido lugar. Un momento antes de dar el paso que me llevará de mi seguro cobijo al descubierto de donde ya no habrá salida, me suelta y me deja libre.





Entonces él da el paso, sale y desaparece tras las luces, un gran estruendo se escucha y entonces dos figuras más pasan por mi lado y también desaparecen en la luz y de nuevo ese gran estruendo. El tiempo se para y mi cuerpo se queda rígido, he de salir, quiero salir, pero el miedo engarrota todo y cada uno de mis músculos. Trago saliva, bajo la cabeza y haciendo acopio de todas mis fuerzas y de mi coraje salgo. Llevo los ojos cerrados, pero incluso así noto la luz en mi rostro, así que los abro. Y delante mía se extiende una imagen terrorífica y a la vez satisfactoria.





Miles de personas todas agolpadas a tan solo unos metros de mí, todos observando impacientes y esperando lo mismo. El estruendo de sus voces se apaga y entonces llega un silencio mortal, un frío recorre mi cuerpo, todos están atentos a mi. A mi espalda y mis laterales tres amigos de la infancia me cubren. Me agacho, cojo algo pesado del suelo y me lo cuelgo. Es una guitarra y al tenerla entre mis manos todo el miedo se disipa, ahora solo estamos yo y el grupo, no hay nadie más, solo nosotros y nuestra música.





Todo está en silencio, mi mano sube y baja tocando con mi púa las cuerdas de la guitarra, y los amplificadores de mi espalda lanzan al aire notas que cubren el silencio. Un bajo muy movido llena la canción y una batería suena con un ritmo acelerado que marca la canción, además se escucha otra guitarra, una guitarra que toca cuerda tras cuerda llenando y dando una esencia especial.





Delante de mí noto el entusiasmo del público, puedo verlos saltar, chillar, llorar de emoción, pero no escucho nada salvo nuestra música. Acerco mi boca al micrófono y comienzo a cantar y es entonces cuando por primera vez desde que subí al escenario escucho al público. Todos gritan como poseídos, mi música les llega y es entonces cuando siento que estoy entre ellos, estoy en medio de todo el mundo y soy uno más.





Es en ese momento de excitación cuando siento que mi pies se elevan y vuelo, vuelo por encima de las nubes, por encima de las necesidades materiales, por encima de todo, es entonces cuando comprendo el significado de mi existencia y no puedo evitar hacer otra cosa que…





Sonreír.