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miércoles, 9 de marzo de 2011

Ella


Era uno de esos tristes días de otoño. Arriba, el cielo estaba cubierto por una manta de nubes grises que ocultaban todo rastro de sol. Más abajo, las hojas de los árboles se tambaleaban en sus ramas para luego caer perezosamente hacia el frío asfalto.

Yo caminaba completamente ensimismado en mis pensamiento y un poco cabizbajo. No paraba de darle vueltas a la cabeza y no tenía ganas de nada ni nadie. Ya no encontraba motivación alguna para nada y eso me hacía sentirme un fracasado. Pero lo peor de todo era el vacío que notaba en el pecho.

Con la mirada clavada en el suelo seguí mi camino. Paso tras paso avanzaba sin rumbo alguno. Llevaba el rostro oculto tras la capucha de la sudadera. Colgando de mis orejas, llevaba los auriculares por los que escuchaba música.

Entonces, al pasar por una pequeña plazoleta, una ráfaga de viento sopló más fuerte de lo habitual y me hizo levantar la mirada.

Entonces, allí, frente a mí, la vi. Era una chica bellísima, con un pelo claro que parecía seguir el ritmo de cada uno de sus movimientos. Sus ojos eran verdes y su mirada me traspasaba. Aquella pequeña boca ocultaba una sonrisa que fue capaz de sacarme unos sentimientos desconocidos para mí y hacerme sonreír.

Su belleza era inocente. No pretendía aparentar e incluso parecía no ser consciente del efecto que ejercía al menos sobre mí.

Tanto es así, que allí en medio me quedé paralizado al verla. No podía moverme y aunque sabía que ella se percato de que la miraba, no pude apartar mis ojos de ella. Sus ojos me tenían hipnotizado.

Un intenso calor me subió por todo el cuerpo y llegó a la punta de mis orejas que pronto enrojecieron. Un cosquilleo muy agradable invadió mi estómago.

Ella, aunque se había percatado de mi presencia , continuó su camino y pasó a pocos centímetros de mí, sonriéndome.

Me quedé sin respiración e incluso se me nublo la vista un instante. El corazón se me aceleró y el tiempo pareció pararse. Su fragancia me inundó. Era dulce y tenía algo exótico e incluso mágico.

Entonces desapareció por mi espalda, dejando tras de si ese olor, que sin saberlo, se convertiría desde ese día en mi obsesión y única droga.

En un instante de segundo… me había enamorado.

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