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miércoles, 2 de septiembre de 2009

Dos palabras





No me siento bien, es más estoy fatal y parece que hace años que no duermo. Cuando has probado el dulce sabor del amor, es doloroso tener que alimentarte tan solo de la amarga soledad. Y eso es ahora lo único que me queda a mí. De una manera cruel e insoportable me e quedado sin nada.



No comprendo que es lo que ha pasado. Desde la oscuridad de mi habitación miro las fotos del pasado y no puedo evitar el sonreír. Cada foto es un buen recuerdo de aquellos tiempos que pasábamos juntos, esos momentos en los que tú me decías que me querías y yo te respondía con besos. Me invade la felicidad a medida que recuerdo como tus labios rozaban los míos lentamente y el sabor de tu cálida lengua con la mía.



Me tumbo en mi colchón, allí donde tantas veces fuimos uno tu y yo y me inundan los recuerdos. Con los ojos cerrados casi puedo notar tu aliento en mi cuello. Me produce un cosquilleo agradable que parece subir hasta la el lóbulo de mi oreja. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo y me hace sentir extraño, no se si es agradable o no.



Corro al cuarto de baño y me miro en el espejo, preguntándome por mi futuro. Al mirar en el espejo no veo mi reflejo si no sus ojos verdes y penetrantes, mirándome con esa dulzura que me encoge el corazón y que en su día me enamoró. En mi mano tiembla una cuchilla, no se porque, yo nunca he sido de esos estúpidos que hacen esas cosas, aunque pensándolo bien, ahora sin ti no soy nada.



Mi mano agarra fuertemente la cuchilla y la acerca a mi muñeca y allí duda. Durante un segundo tiembla desesperada, pero luego hago acoplo de todo mi valor y lanzo la cuchilla lo más lejos posible de mí. No será así.



Salgo corriendo de mi casa y cierro de un portazo. Tras mucho tiempo corriendo sin rumbo llego al lugar donde estuvimos por última vez antes de que me abandonara. La puerta de su casa. Mis ojos se empañan y miro con tristeza hacia su ventana. No se porque, pero aun me queda una pizca de esperanza.



Lanzo una piedra a su ventana y espero, pero no sale nadie, repito esto varias veces aunque nunca obtengo respuesta. Entonces ya sin ánimos, esperanzas, sin nada me doy la vuelta y me decido a irme para siempre. Es entonces cuando escucho un ruido detrás mía. Me vuelvo y allí esta ella, preciosa como siempre, en la puerta de su casa.



Me acerco y poco a poco una sonrisa se dibuja en mi cara por volver a verla, pero dura poco, pues ella no parece feliz de verme. Entonces cuando estoy frente a ella, le doy un ramo con veintitrés rosas. Su cara expresa mucha sorpresa. La quiero y por eso mismo decido dejarla marchar, así que me doy la vuelta y en un susurro digo “Te quiero”.



Entonces ella me llama y cuando me vuelvo hacia ella, la veo más cerca de mí, está sonriendo, me agarra la mano. Un cosquilleo me sube por el brazo, estoy extrañado y no se si sonreír o llorar. Su cara se acerca a la mía y yo le respondo acercándome también.



Nuestros labios se unen, la calidez me invade, toda la oscuridad se desvanece y ahora tan solo queda luz. Todo parece bonito y no necesito decir nada. Durante mucho tiempo me he limitado a disculparme, a pedir o a preguntar, pero nunca le he dicho lo que sentía y eso era lo único que necesitaba y ahora lo entiendo.



Pero entonces dejo de pensar y me fundo en el más cálido de todos los besos. Poco, muy poco a poco separamos nuestros labios, pero seguimos abrazados y mirándonos. Me arrimo a su oreja y le susurro…



“Te quiero”.



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