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jueves, 16 de julio de 2009

A orillas de la felicidad




Sentado sobre la arena de la playa observo atentamente mi libreta. Está completamente en blanco excepto por diminutas señales producidas por gotitas de agua. Las olas rompen con fuerza sobre la orilla, pero estoy lo bastante alejado del agua como para que apenas me roce los pies.



Armado tan solo con mi bolígrafo, acerco mi mano a la libreta. Pero hace ya tiempo atrás que perdí mis musas. Tal vez después de tantos palos, de tanto caer y volver a levantarme para luego caer de nuevo, tal vez me haya cansado. Puede que yo mismo no me conozca tan bien y no sea quien creía ser.



A mi parecer la vida ya no tiene más que ofrecerme. Ahora, despojado de mis palabras, mis escritos, mi arte... ahora no soy más que un desperdicio, un estorbo, algo inservible. Antes al menos tenía mis escritos...



Toda la vida e actuado bajo unos patrones de comportamiento que yo consideraba los correctos y necesarios. Pero ahora, que aún siendo joven parezco viejo, veo que tan solo me oprimía a mi mismo. Solo era un esclavo de mis pensamientos e ideales. Me estaba quemando lentamente y al final, solo quedaban cenizas.



Levanto la vista de las hojas en blanco y miro el lejano horizonte. Ya hace tiempo que los rayos del sol despuntaron en el cielo y ahora el enorme y bello sol asoma a los lejos, dejando entrever su color amarillo anaranjado.



Justo en ese momento, pasa delante mía una joven caminando por el agua. Su fino vestido se mueve delicadamente mecido por el suave viento, al igual que su oscura y lisa cabellera. Me mira y veo sus bellos e hipnotizantes ojos verdes. Su belleza es impresionante.



Me sonríe con su preciosa boca y yo le devuelvo la sonrisa. Entonces ella sigue su camino con paso decidido, aunque juguetón. Extrañamente mi sonrisa no se ha borrado de mi rostro. Algo ha nacido y crecido en mi interior y me ha llenado de vida. Ha sido algo tan simple como una sonrisa desinteresada, sín esperar nada a cambio. Eso es algo muy extraño en los tiempos que corren.



Quizás lo que yo conocía como musas, simplemente fuera el hecho de poder sentir algo, ya fuese bueno o malo. Y yo he estado vacío durante tanto tiempo, que ninguna palabra podría haber brotado de mí. Ya es hora de dejar de hacerlo que creo correcto y empezar a disfrutar.



Sin ni siquiera quitarme la ropa, comienzo a andar hacia el misterioso mar. Cada vez más profundo, con la única compañía de las olas, del mar y el sol naciente. Nado y nado sin parar. Soy libre y...



...Ahora soy feliz.

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